12 de enero de 2011

Todo concluye al fin...

Tuve que ser alentada para poder terminar de escribir esta historia...
Cada vez que volvía a releerla me daba como una especie de arrepentimiento parecido a los que te dan cuando contás un secreto que prometiste guardar...
Quizás, porque la historia de "amor" con El Patrón no fue vox populi en aquel momento, o porque incluso después de siete años aún conservo parte del pudor por el escándalo que causaría si cierta gente se entera... O porque, al final, las cosas no resultaron ser ni parecidas a lo esperado...
Ese mismo jueves, después de subirme a su auto y partir hacia algún restaurante de Palermo (en aquel entonces no era tan multitudinario) El Patrón y yo entablamos una conversación de lo más relajada y divertida. Llegamos a Morelia y elegimos una de las mesas más alejadas del salón...
Mientras el mozo nos abría el vino tinto, yo atendía un llamado programado para confirmar que estuviera todo bien... cosas que solemos hacer las mujeres durante una primera cita.
Brindamos y uno de los primeros comentarios que hizo, fue halagar la tranquilidad que transmitía con mi mirada, lo cual fue algo que le había llamado la atención desde la primera entrevista y que justamente por esas miradas, había sentido que yo tenía que ser la persona que ocupara el puesto. Y así comenzó a contarme todo lo que le pasaba conmigo: que sentía que me conocía de toda la vida; que le transmitía una energía diferente a las demás personas; que cada vez que estaba cerca mío sentía paz y cosquillas al mismo tiempo; que los saludos de la mañana se la habían vuelto como una especie de adicción para olerme más de cerca el perfume; y que no podía evitar pedirme llamados o que le llevara cosas a su oficina, porque era como una especie de recreo...
- Y cuando esta mañana te encontré tan temprano en el ascensor, decidí que de hoy no pasaba la invitación...
- ¿Tan seguro estabas de que te iba a decir que sí?
- Tenía un 80 y un 20% de probabilidades... Obvio que el 80 era de un sí... Pero podía suceder que eligieras alguna alternativa de ese 20, y no porque no quisieras salir conmigo sino porque hoy realmente no podías...
- ¿Y qué hubiera pasado si te pedía que lo dejáramos para otra ocasión porque para hoy ya tenía programa armado?
- Probablemente nunca más te habría dicho algo... Así me estuviera muriendo de ganas; así me estuvieras comiendo la cabeza; así hubiera sabido que me decías que no porque te daba vergüenza o lo usabas como estrategia...
- En realidad a esta altura ya no sé si es raro que te haya dicho que sí... Sólo que me parece que todavía no quería darme cuenta de lo que estaba pasando entre nosotros...
- ¿Y por qué aceptaste entonces?
- Porque la forma en la que me mirás, no es común... Al principio me parecía una mirada "rara", tan rara como seductora, vergonzosa, perpicaz... Me costó definir tu mirada y aceptarla mucho más todavía...
- Es que cada vez que te miro me pasan cosas...
- Definí cosas...
- Es difícil con palabras muñeca...
Esa frase nos invitó a un breve silencio, que en realidad decía mucho más de lo que no se escuchaba... Cuando cada uno terminó de tomar su té de mango, El Patrón se encargó de pedir la cuenta, pagó y nos fuimos... Cruzamos la calle tomados del brazo y ese breve y pequeño contacto físico hizo que notara cierto nerviosismo cargado de ansiedad.
Llegamos al auto y sabía que algo más estaba por suceder... El Patrón se había quedado sin palabras para explicarme esas "cosas" que yo quería conocer y era de lo más raro en una personalidad tan locuaz como la suya... Después de su caballerezco acto de abrir la puerta del coche, rodeó mi cuello con sus manos, me agarró suavemente de la cara y lentamente me besó en la boca. Un beso que me puso tan nerviosa como excitada... Un beso que transcurrió en una perfecta sincronía, con ritmo y armonía. Esos mismos besos suaves y tiernos que se pusieron más intensos, más fogosos, más húmedos... Besos descontrolados a los que se le sumaron las caricias de nuestras manos y las palabras que brotaban de nuestra imaginación...
Y así transcurrieron los quince meses que duró este amor prohibido; quince meses entre escapadas en horarios de almuerzo, tardes interminables enredados en las sábanas de los hoteles que contenían esa pasión...
Una pasión que se fue apagando por las mismas razones por las cuales se había encendido.
Un entusiasmo que se desgastó por el paso de la rutina escondida, callada y disfrazada.
La emoción que transcurrió durante el tiempo en que la luz de nuestras miradas se mantuvo encendida cada vez que se encontraron.
La experiencia necesaria para creer que el amor surge, sucede y te atraviesa... Así, en el momento menos pensado y de quien menos lo esperamos.

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