18 de enero de 2011

Mirame, mirame, mirame...

¿Qué nos dicen las miradas? ¿Todas nos dicen algo? ¿O será que cada uno le encuentra el significado que más le conviene?
Es cierto que hay personas que no necesitan hablar para expresar sus sentimientos... De hecho, yo soy una de esas personas. Siempre me caractericé por esta virtud, aunque reconozco que más de una vez me jugó en contra porque son demasiado expresivas y poco disimuladas... Simplemente surge cuando es algo que quiero transmitir, en el instante que siento que sobran las palabras o que no pueden decirse en ese momento.
Lo cierto es que las miradas nos dicen muchas cosas. Pueden estar cargadas de amor, de alegría, de enamoramiento, de felicidad, satisfacción, tranquilidad; pueden ser sinceras, transparentes, profundas o pueden contener bronca, angustia, tristeza, aburrimiento o enojo.
También están las miradas vacías, esas que no tienen nada para mostrar; las miradas oscuras, turbias, duras, apagadas, difíciles de interpretar. Preferimos no ver esas miradas, hacen mal, dan miedo, nos llenan de energía negativa... ¡Nos dan mal de ojo!
Y cuántas otras veces esquivamos miradas porque nos dan vergüenza, confusión, pudor...
No me resulta hablar objetivamente de las miradas, quizás porque una de ellas me dejó pensando demasiado, con un interrogatorio abierto donde por ahora no soy yo quien tiene la verdadera respuesta... Y menos aún, tan inmediata como pretendo...
Mi abuela diría: a buen entendedor, pocas palabras.
Y yo le agrego: y una buena mirada...

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