11 de enero de 2011

Amor prohibido (Bis)

Volvió a suceder lo del beso en el borde de la boca...
Pero aquella vez fue más zarpado, más apretado, más beso robado...
Incluso yo me sentí diferente cuando sucedió, como si en ese momento la oficina girara en diferentes sentidos y velocidades... una mezcla de adrenalina, placer y continencia juntas difíciles de controlar.
Esa tarde fui a terapia. Analicé la situación desde todas las aristas posibles. Por momentos mi voz era temblorosa, nerviosa e inquieta... De repente se convertía en segura, enérgica y animada. Logré descartar varias situaciones que hasta ese momento creía que eran los impedimentos para creer que una relación con El Patrón era posible...
En realidad, lo que más miedo me daba era la posibilidad de enamorarme de una persona que ya tenía lo que a mí me habría gustado construir con un hombre...
De todos modos no tenía la certeza de que ese hombre fuera El Patrón: sólo tenía manera de saberlo si me arriesgaba a correr en vez de caminar, con todo lo que correr implicaba...

El jueves llegué más temprano de lo usual a la oficina porque había un evento muy importante y El Patrón me había asignado la organización como una muestra de confianza. Aproveché la ocasión y me vestí con la mejor ropa que tenía. Quería lucirme y devolverle el gesto con eficiencia.
De casualidad, me lo encontré. Nos saludamos como todas las mañanas y nos quedamos enfrentados, mirándonos a los ojos. No pudo disimular observarme de arriba a abajo, percatándose de todos los detalles... Por suerte eran sólo dos pisos...
Entramos a la oficina y cada uno se fue para su escritorio.
La mañana transcurrió de a aquí para allá, yendo y viniendo con tazas, platos, jarras y bandejas repletas de comida.
Y a cada rato cruzándome con El Patrón por algún pasillo, mostrándose con ganas de decirme algo, pero sin llegar a concretarlo...
Cuando la gente comenzó a retirarse, El Patrón se convirtió en una máquina de pedirme cosas: llamados, papeles, agenda. Nombres de gente que ni siquiera tenía agendada, documentos que no sabía ni dónde buscar...
Tenía el humor bastante alterado por no poder hacer las cosas en tiempo y forma, hasta que me enteré que mi ahijado estaba a punto de nacer... ¡Qué felicidad! Pero el teléfono seguía sonando sin parar y cada vez que veía el nombre de El Patrón en el visor de mi teléfono, me daba una mezca de nervios, ansiedad y tensión. ¿Qué le pasaba a este hombre? ¿Por qué no paraba de estar tan demandante?
Fue en uno de sus tantos llamados que me preguntó cuál era mi horario de salida y que
antes de irme por favor fuera hasta su oficina porque quería charlar conmigo dos minutos...
Automáticamente miré el reloj y faltaban quince para las cinco de la tarde. ¿Cómo hacía para aguantar las casi dos horas que restaban hasta saber qué era lo que quería decirme?
Una de las primeras cosas que pensé, fue que algo respecto de la organización del evento había salido mal; que no había sabido aprovechar bien la oportunidad que él me había dado y que no volvería a estar a mi cargo para la próxima vez... Pero a la vez me sonaba absurdo. Era que en realidad no quería darle paso un paso real y concreto a mis pensamientos, imaginaciones o fantasías... No quería o no me atrevía a pensar que todo lo que había estado esperando hasta ese momento podía suceder esa misma tarde, dos minutos antes de irme a mi casa...
Todavía faltaba media hora para la hora de irme y como había recibido unos sobres a su nombre, me pareció la excusa ideal para ir hasta su oficina sin tener en cuenta su pedido.
Respiré profundo, me relajé, caminé con firmeza y con actitud entré a su oficina.
Él estaba parado cerca de la puerta y se sorprendió cuando me vio. Me pidió que cerrara la puerta y me sentara. Mientras leía la carta que le había dado y yo me sentaba en el bode de la silla a punto de comerme todas las uñas, me pregunta:
- ¿Qué tenés que hacer esta noche?
En ese preciso instante se me cruzó mi ahijado a punto de nacer, la cena con mi prima y sus amigos después de sus vacaciones en Brasil y un par de excusas creíbles que pudiera decirle en menos de tres segundos...
Sin embargo respondí:
- ¿Esta noche? Nada... ¿Por qué?
- Vamos a cenar entonces, ¿querés?
- ¿Una cena de trabajo?
- No, trabajo no. Quiero charlar con vos de algo especial que siento que hay entre nosotros...
Casi de forma instantánea, bajé la mirada y empecé a hacerme un rulo en el pelo como cada vez que me pongo nerviosa...
- La verdad es que me sorprende bastante lo que me decís...
- ¿En serio? ¿Por qué?
- Y... porque sí... porque sos mi jefe... y...
- No, no... ¿Esas excusas muñeca? ¿Vamos o no?
- Sí, claro... vamos.
Atravesé el pasillo y sentí como todos mis miedos se esfumaban como por arte de magia.
Pasó a buscarme puntualmente por la dirección que le había dado.
Era una noche cálida, yo estaba serena.
Y creo que el cielo estaba iluminado de estrellas...

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