28 de octubre de 2009

En las buenas y en las malas

El fin de semana propició para preguntarme nuevamente, si existe algún límite certero entre la hermandad y la amistad; en cuándo mis amigas comenzaron a ser parte de mi familia de la manera más espontánea y natural; en qué momento me atreví a considerarlas una extensión de mis sentimientos, pensamientos, sueños y experiencias... en cuándo la fraternidad sincera, franca y genuina, decide trascender las fronteras sanguíneas dejando de lado las muestras de ADN para convertirse en la extrema necesidad de sociabilización compartida desde lo más profundo de mi ser...
Y más preguntas rebotando entre mis pensamientos vacilantes, sobre qué sería de esta geminiana sin la presencia (o ausencia) de estas amigas mías, de todas y cada una de ellas: las elegidas día tras día, las que pasaron y dejaron su huella, las que perduran a través de los años, las reelegidas y las que impuestas, pero aceptadas, por una visión familiar convertida en tradición compartida de "ser todas iguales".
Estoy convencida que todos los días soy un poco mejor gracias a ellas, porque me escuchan, me apoyan y sugieren sus ideas con el único interés de verme feliz... Porque actúan y razonan con críticas constructivas para sumar... porque analizamos, compartimos, debatimos y sacamos nuestras propias conclusiones sobre la vida que queremos vivir... Y porque simplemente nos damos el placer de compartir nuestros días, con el único propósito de seguir creciendo juntas.
No existen hijas únicas cuando florecen amigas como las mías.
Hoy declaro que hermanas, primas y amigas son sinónimos aliados entre sí para hacerme cada día más feliz.
AMIGAS: Gracias por dejarme compartir la vida junto a ustedes...

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