26 de febrero de 2010

Un buen recuerdo

Las semanas de verano pasaban y la rutina de mensajes y llamados se hacía cada vez más intensa...
Tanta fue la locura que nos causó el contacto de nuestros cuerpos, que el sábado siguiente al primer beso, Leo volvió a Buenos Aires.
Las excusas eran de trabajo, pero a mí nada de eso me importaba...
Lo único que deseaba, era volver a sentir sus manos, abrazos, mimos y caricias recorriendo cada parte de mi cuerpo...
Nos pasábamos las tardes encerrados en una habitación, probando cada uno de nuestros sabores y averiguando dónde podía terminarse el límite de nuestro placer juntos...

Con el correr de los días, aparecieron los sentimientos...
Y la distancia complicaba las cosas...
Nos parecía poco de amor sólo una vez por semana...
Pero por más vueltas que le diéramos al asunto, no teníamos otras chances más que las que estaban a nuestro alcance...
Era un idilio que él dejara su trabajo y a su familia y se viniera a la capital por mí...
Y de a poco empezamos a adoptar la distancia como la única fórmula posible para aquietar el ritmo de nuestros corazones...
Fue difícil, complejo, doloroso y bastante más largo de lo que imaginé...
Una revolución sexual...
Un amor imposible...

El bar Abril fue el que nos dio el primer encuentro y en el mismo mes nos dimos el último abrazo...
Las hojas los árboles comenzaban a caer y los primeros vientos otoñales parecían encargarse de apagar aquéllos amores de verano...
En julio me saqué definitivamente la esponja de la oreja y comencé a escuchar mi corazón...

Siete años después, las cenizas de ese fuego aún quedan guardadas para recordar que el amor puede transformar las cosas bajas y viles en dignas y excelsas...

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