25 de febrero de 2010

Te recuerdo (Parte II)

Cuando conocí a Leo, él tenía dos años más que yo.
De a poco iba descubriendo su fisonomía: alto, de espalda ancha, pelo castaño claro, ojos grandes y marrones; con una sonrisa gigante y las manos blancas y suaves...
Había nacido y vivido siempre en Rosario.
Trabajaba como ejecutivo de cuentas en una empresa de los suburbios rosarinos y algunas veces viajaba a Bs. As. para visitar a ciertos proveedores y clientes...
En aquél entonces, Leo tenía una hija de cinco años y estaba casado hacía cuatro y medio.

Después del primer e-mail que recibí aquél lunes, demoré más de tres horas en responderle.
No lo hice adrede como una estrategia, sino porque no podía salir de mi asombro...
Intentaba recordar escenas de la salida y ninguna era demasiado nítida.
Es que claramente no había tenido interés en compartir ese after-office con ellos, entonces ni las imágenes ni las palabras habían quedado registradas en el más remoto rincón de mi mente...
Y a su vez, estaba particularmente interesada en saber qué le había gustado de mí, si no había hecho otra cosa más que mirar los videos en la televisión...
Después de la mía, su respuesta fue casi automática.
Expresaba mucha alegría en cada una de sus palabras...
En cambio yo intentaba ser de lo más austera y desapercibida posible...
Y así empezamos.
De algunos e-mails durante el horario laboral, hasta una extensa ola de llamados telefónicos a cualquier hora, y nunca con una duración menor a los treinta minutos.
Cada vez hablábamos más y más...
Y cada vez pensaba más y más en Leo...
Todas las mañana llegaba contenta a la cajita de vidrio para ponerme la esponja en la oreja. con el único propósito de encender la computadora y encontrarme sus mensajes con asunto "Buenos días Princesa"...
Se la pasaba escribiendo y diciéndome que se moría de ganas de tenerme otra vez frente a él para abrazarme y besarme, tal cual lo hubiera hecho el primer día que me vio.
Y no entendía por qué yo también tenía tantas ganas, si apenas recordaba su cara...
Sabía que era una locura.
Y no sólo porque viviera en Rosario, sino porque estaba casado.
No había tenido en cuenta esa situación hasta el momento en que Leo decidió viajar para verme.

Veintiún días después del primer encuentro, Leo volvió a Bs. As.
Pasó a buscarme por la oficina y después de un abrazo nervioso, tímido y torpe comenzamos a caminar para el lado del río, pero sin rumbo cierto...
Después de unas cuantas cuadras, risas y miradas inquietas que intentaban encontrarse, decidimos entrar al bar Abril para tomarnos una cerveza.
Brindamos por nuestro encuentro y tres porrones más tarde, aún seguíamos riéndonos a carcajadas de cualquier pavada...
Tenía un sentido del humor ácido, irónico y muy espontáneo...
Así que eso, sumado a su acento gracioso sin "eses" y una sonrisa empapada de dientes blancos, empecé a sentir que el rosarino empezaba a gustarme...
La situación en el bar no pudo alagarse más...
Él tenía horario fijo de regreso y yo empecé a querer que no se fuera tan rápido...
La esquina de Santa Fé y Juncal fue la única testigo de nuestro primer beso...
Besos que parecían no tener ni principio ni fin...
Besos que siguieron en un taxi y terminaron en un hotel.

Un abrazo incompleto, más besos y la despedida.
Una fantasía convertida en realidad.
Intenté pensar que se había terminado.
Pero me equivocaba.
Era enero de 2003 y esta historia recién comenzaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario