2 de marzo de 2010

Un poco de amor francés...

Reconocí su cabellera entre la multitud...
Se asomaba con un ramillete de canas brillantes mezcladas en su pelo azabache...
Nos reconocemos, como si nos uniera una vida...
Nos sonreímos, como si nos hiciéramos felices...
De pronto, la gente comienza a desaparecer y la distancia se encoge...
Me mira, de cerca me mira, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen... y los cíclopes se miran, respirando confundidos, nuestras bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con perfume viejo y un silencio.
Entonces mis manos buscan hundirse en su pelo, acariciar lentamente la profundidad de su pelo mientras nos besamos como si tuivéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de frangancia oscura.
Y si nos mordemos el dolor es dulce y si nos ahogamos, esa instántanea muerte es bella.
Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y lo siento temblar contra mí como la luna en el agua...
Un ruido agudo se confunde entre las sensaciones, olores y sabores...
Cada vez se hace más presente y toma posesión sobre mis pensamientos...
El sonido lo aleja de mis brazos y casi no logro sentir su boca dentro de la mía...

Abro los ojos, extiendo la mano y apago el despertador.
Casi, casi, la mejor manera de comenzar el día...

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