3 de mayo de 2010

Sábanas limpias

Es lunes, maldito lunes.
El día cuyo único mérito es haberse sobrepuesto al domingo.
Es lunes y es de noche. Podemos aflojarnos.
Haber empezado la semana es mucho menos temible que estar por empezarla.
Ya estamos en carrera. Desde mañana será cuestión de abandonarnos a la inercia que hace pasar los días como si fueran cuadros de una película que protagonizamos pero cuyo argumento escribe otro. Estamos cansadas.
Nos vamos a la cama. Casi todo es mecánico los lunes.
Vestirnos, decir buen día, ocuparnos, desocuparnos, volver a casa, desvestirnos.
Pero entonces, cuando nos acostamos, las piernas se nos deslizan dóciles por las sábanas, descubriendo por ellas mismas el bienestar del roce.
El cuerpo encuentra su nido fresco y con perfume a limpio.
Los lunes nos reservan ese premio inesperado, tan pequeño que si no estamos atentas puede ir a parar a la basura a la que arrojamos todo lo que nos pasa inadvertido. Las sábanas limpias están allí para decirnos, en su lenguaje de algodón, que somos crisálidas. Es un bautismo laico y mudo que recibe nuestro cuerpo y nos introduce a la religión de las que saben dejarse acariciar.

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