17 de abril de 2012

Todos somos hijos

Hoy estuve pensando cuándo debería ser el momento justo para "soltar" los enojos y/o los reproches que tenemos guardados en el "disco duro" de nuestra memoria...
O hasta cuándo tenemos que manifestamos a través de esas experiencias que alguna vez nos hirieron.
¿En qué momento de nuestras vidas somos capaces de perdonar y aceptar que los errores que nuestros padres cometieron para con nosotros, sus hijos, han sido en la gran mayoría de los casos sin la intención de lastimarnos?
Si bien aún no tengo hijos (y estoy bien lejos de tenerlos) no puedo hablar desde ese rol…
Pero como me considero una mujer adulta, con capacidad de análisis, auto crítica (muchas veces por demás), reflexiva e inteligente que después de muchos años de "revisar" permanentemente la relación que mantengo con mis padres, puedo elegir cómo manifestarme frente a ellos...
Y estoy en todo mi derecho.
Aunque a veces en esta elección, se pongan en juego los sentimientos que aunque alguna vez hubiera querido que desaparezcan o no existieran, para bien o para mal están contenidos en mi ADN...
Como todas las personas de este inmenso mundo, TODOS sin excepción alguna, podemos cometer errores desde cada uno de roles que cumplamos a lo largo de nuestras vidas...
Siempre podemos decepcionar a quienes nos rodean o no cumplir con sus expectativas con algunas de nuestras conductas o elecciones…
Y sobre eso es que comienzan a tejerse algunos reproches…
Aún hoy, a sus ochenta años, mi abuela sigue “reprochándole” a su padre no haberle permitido estudiar en la universidad...
Los reproches de los hijos son tan diversos y elocuentes, como cantidad de hijos haya en el mundo… Algunos pueden parecernos muy acertados y otros, demasiado ridículos…
Desde que por qué nos obligaron a estudiar corte y confección a los quince años o practicar un deporte que destetábamos o por qué eligieron esa escuela tan lejos de casa y de nuestros amigos; de por qué se olvidan los gustos del helado o de las facturas que más preferimos hasta por qué siempre le ponen aceitunas a las empanadas de carne y se enojan cuando nos ven desarmándolas para que no les quede ni rastro del sabor al olivo entre el picadillo...
Y la lista podría continuar con ejemplos incluso mucho más o mucho menos detallistas, como eso de transferirnos sus pensamientos o creencias a modo de cassette como si fueran las nuestras propias... Ustedes sabrán a qué me refiero…
¿Es legítimo que ellos, los padres, apelen a la distracción o al olvido frente a alguno de nuestros "enojos"?
¿Puede resultar tan difícil hacerse cargo de las “malas decisiones”, asumir las equivocaciones y pedir disculpas frente a los reproches que hace un hijo?
¿Y hasta cuándo los hijos podemos tolerar vivir con esos reproches a cuestas?
¿O es que no tienen fecha de vencimiento?
Desde mis vivencias, y otras ajenas pero muy cercanas, sostengo que la relación padres-hijos es uno de los pocos vínculos, sino el único, en que una de las partes está obligada a dar sin exigir nada a cambio; donde las responsabilidades y las obligaciones no son recíprocas y deberían estar por encima de cualquier otra…
Todos nos equivocamos, es cierto…
Pero tal vez enterarse y poner en práctica las sutiles diferencias que existen entre conceder y ceder, podría ser una de las claves en toda esta cuestión de los reproches...
Me opongo a que desde cualquiera de nuestros roles se crea que conceder todos y cada uno de los deseos de quienes nos rodean sea parte de un futuro sin reproches...
Me inclino más por aprender a escucharse los unos a los otros, a negociar con las diferencias de criterios que se puedan presentar y a ceder para que ambas partes queden lo más conformes posible...
Si la comunicación es el pilar de todas las relaciones, incluso entre las instituciones, ¿por qué no lo es también entre padres e hijos?
La teoría es fácil.
El desafío es lograr aplicarlo en la práctica cotidiana, elegir cómo sentirnos y dejar de lado esa creencia de que todas nuestras desgracias y/o imposibilidades, son sólo consecuencia de las malas decisiones y elecciones que nuestros padres tomaron para nosotros alguna vez…
La tarea es ponerse en el lugar del otro, lograr escucharse desde las propias vivencias, desde los sentimientos desencontrados y los dolores que trae cargar durante tanto tiempo un reproche…
El asunto también es hacerse cargo, dejar de echar culpas, reconciliarse con la vida que tenemos, soltar nuestros enojos, elegir nuestro propio camino y tomar una decisión prudente respecto a la relación que queremos y/o podemos mantener con nuestros padres sabiendo que, tal vez ésta también pueda convertirse en un reproche hacia nosotros mismos el día de mañana…

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