27 de abril de 2012

É un mondo difficile

La realidad mejora notoriamente cuando nos decidimos a disfrutar de lo posible en lugar de sufrir porque una ilusión o una fantasía no se dan...
Quizás esto nos ayude a no ser tan exigentes con lo que viene por el camino...
Porque si esperamos la fanfarria con las banderolas blancas, estandartes dorados, luces de neón con música de fondo y llega a paso firme la caravana embanderada en verde y blanco sin siquiera uno de todos los adornos que imaginamos, corremos el peligro de no reconocerla, de no darnos cuenta de que el desfile viene hacia nosotros, de dejarlo pasar sin festejarlo, de vivir llorando porque no fue, cuando en realidad no supimos distinguir qué era...
El peligro de no reconocer lo que viene hacia nosotros porque no se corresponde con la forma en que lo habíamos imaginado, nos da cuenta de que muchas veces estamos  esperando "la pareja ideal", que justamente por ser ideal no existe, con lo cual el sufrimiento  y la decepción lejos de evitarse, reaparecen constantemente además de creer que fracasamos cada vez que lo intentamos...
El problema se representa cuando permanentemente nos identificamos con nuestra coraza y nos sentimos seguros allí. Nos protegemos de nuestros sentimientos displacenteros aprendiendo a no sentir, a desconectarnos de nuestras necesidades y las defensas se convierten en una identidad que nos separa de lo que sentimos y nos impide entregarnos al amor...
En nuestro intento de decir no al dolor, decimos no al amor
Y lo que es peor, nos decimos no a nosotros mismos...
Cada uno tiene una historia de condicionamientos neuróticos que quiere encajar en la situación con los otros. 
El tema de los cuentos que se inventa cada uno no sería tan grave de no ser porque terminan por convertirse en profecías que se autorrealizan...
¿No les parece impresionante que alguien se junte o se separe, sufra o se aleje una y otra vez y no tenga claro el porqué?
La propuesta sería explorar y darnos el tiempo para que los encuentros reales despierten la magia...
A veces lo simple aporta las mejores soluciones...
Expresemos lo que nuestro corazón nos hace sentir, no lo que nuestra imaginación nos hace pensar...
"Amarte con los ojos cerrados, es amarte ciegamente;
amarte mirándote de frente, sería una locura;
yo quisiera que me amen con los ojos abiertos..."
Margarite Yourcenar

17 de abril de 2012

Todos somos hijos

Hoy estuve pensando cuándo debería ser el momento justo para "soltar" los enojos y/o los reproches que tenemos guardados en el "disco duro" de nuestra memoria...
O hasta cuándo tenemos que manifestamos a través de esas experiencias que alguna vez nos hirieron.
¿En qué momento de nuestras vidas somos capaces de perdonar y aceptar que los errores que nuestros padres cometieron para con nosotros, sus hijos, han sido en la gran mayoría de los casos sin la intención de lastimarnos?
Si bien aún no tengo hijos (y estoy bien lejos de tenerlos) no puedo hablar desde ese rol…
Pero como me considero una mujer adulta, con capacidad de análisis, auto crítica (muchas veces por demás), reflexiva e inteligente que después de muchos años de "revisar" permanentemente la relación que mantengo con mis padres, puedo elegir cómo manifestarme frente a ellos...
Y estoy en todo mi derecho.
Aunque a veces en esta elección, se pongan en juego los sentimientos que aunque alguna vez hubiera querido que desaparezcan o no existieran, para bien o para mal están contenidos en mi ADN...
Como todas las personas de este inmenso mundo, TODOS sin excepción alguna, podemos cometer errores desde cada uno de roles que cumplamos a lo largo de nuestras vidas...
Siempre podemos decepcionar a quienes nos rodean o no cumplir con sus expectativas con algunas de nuestras conductas o elecciones…
Y sobre eso es que comienzan a tejerse algunos reproches…
Aún hoy, a sus ochenta años, mi abuela sigue “reprochándole” a su padre no haberle permitido estudiar en la universidad...
Los reproches de los hijos son tan diversos y elocuentes, como cantidad de hijos haya en el mundo… Algunos pueden parecernos muy acertados y otros, demasiado ridículos…
Desde que por qué nos obligaron a estudiar corte y confección a los quince años o practicar un deporte que destetábamos o por qué eligieron esa escuela tan lejos de casa y de nuestros amigos; de por qué se olvidan los gustos del helado o de las facturas que más preferimos hasta por qué siempre le ponen aceitunas a las empanadas de carne y se enojan cuando nos ven desarmándolas para que no les quede ni rastro del sabor al olivo entre el picadillo...
Y la lista podría continuar con ejemplos incluso mucho más o mucho menos detallistas, como eso de transferirnos sus pensamientos o creencias a modo de cassette como si fueran las nuestras propias... Ustedes sabrán a qué me refiero…
¿Es legítimo que ellos, los padres, apelen a la distracción o al olvido frente a alguno de nuestros "enojos"?
¿Puede resultar tan difícil hacerse cargo de las “malas decisiones”, asumir las equivocaciones y pedir disculpas frente a los reproches que hace un hijo?
¿Y hasta cuándo los hijos podemos tolerar vivir con esos reproches a cuestas?
¿O es que no tienen fecha de vencimiento?
Desde mis vivencias, y otras ajenas pero muy cercanas, sostengo que la relación padres-hijos es uno de los pocos vínculos, sino el único, en que una de las partes está obligada a dar sin exigir nada a cambio; donde las responsabilidades y las obligaciones no son recíprocas y deberían estar por encima de cualquier otra…
Todos nos equivocamos, es cierto…
Pero tal vez enterarse y poner en práctica las sutiles diferencias que existen entre conceder y ceder, podría ser una de las claves en toda esta cuestión de los reproches...
Me opongo a que desde cualquiera de nuestros roles se crea que conceder todos y cada uno de los deseos de quienes nos rodean sea parte de un futuro sin reproches...
Me inclino más por aprender a escucharse los unos a los otros, a negociar con las diferencias de criterios que se puedan presentar y a ceder para que ambas partes queden lo más conformes posible...
Si la comunicación es el pilar de todas las relaciones, incluso entre las instituciones, ¿por qué no lo es también entre padres e hijos?
La teoría es fácil.
El desafío es lograr aplicarlo en la práctica cotidiana, elegir cómo sentirnos y dejar de lado esa creencia de que todas nuestras desgracias y/o imposibilidades, son sólo consecuencia de las malas decisiones y elecciones que nuestros padres tomaron para nosotros alguna vez…
La tarea es ponerse en el lugar del otro, lograr escucharse desde las propias vivencias, desde los sentimientos desencontrados y los dolores que trae cargar durante tanto tiempo un reproche…
El asunto también es hacerse cargo, dejar de echar culpas, reconciliarse con la vida que tenemos, soltar nuestros enojos, elegir nuestro propio camino y tomar una decisión prudente respecto a la relación que queremos y/o podemos mantener con nuestros padres sabiendo que, tal vez ésta también pueda convertirse en un reproche hacia nosotros mismos el día de mañana…

9 de abril de 2012

Es sólo una cuestión de actitud


Hay situaciones que por más que quisiera no están bajo mi control y simplemente suceden...
Sin embargo, lo que sí puedo elegir es cómo enfrentarlas...
Imagino, deseo y me ilusiono... como todo el mundo!
Pero la realidad en la que vivo no siempre coincide con todo eso... De hecho, casi nunca...
Entonces me cuestiono cómo actuar ante este enfrentamiento entre realidad vs.fantasía...
¿Cuánto es el tiempo límite en el que debería durar una ilusión para desecharla o renovarla?


Parte de este fin de semana largo lo aproveché para salir del agujero interior, con la única intención de respirar otro aire, porque cuanto más me pregunto y cuanto más revivo los momentos, menos encuentro la salida a este malestar que no muestra signos de mandarse a mudar de una vez por todas...
Sin embargo por experiencias pasadas, aprendí que es sumamente necesario respetar mis tiempos... 
No importa cuánto, siempre será el necesario...
Todas las personas no cicatrizamos las heridas del mismo modo ni al mismo ritmo...
No todos podemos reponernos de dolores similares con el mismo ímpetu...
Y es por eso que tampoco tengo que "obligarme" a hacer cosas que según el resto del mundo me van a ayudar a transitar "mejor" el momento presente...
Siento que aún no estoy preparada para aceptar y afrontar determinadas propuestas...
Mi cuerpo me da señales. Las percibo.
El corazón también hace lo suyo. Lo siento...
Lo que ahora necesito es tiempo... 
Tiempo para reordenar mis ideas, para renombrar mis deseos y renovar mis ganas... 
Tiempo para borrar recuerdos sensoriales, para que las que en su momento fueron felices coincidencias empiecen a parecerme algo más que ridiculeces y ya no tenga ganas de seguir soñando pasiones locas con nombre y apellido... 
Tiempo para aceptar casi con resignación una decisión ajena y apresurada que me dejó fuera de un plan en el que aposté todo pero nada de lo que ofrecía realmente podía importar... 
Tiempo para insertar su ausencia dentro de mis planes y descartar indicios de reencuentros memorables...
No hay un consuelo para el duelo más que la resignación.
No existen las pastillas para olvidar. Tampoco las pastillas para no soñar...
Pero sí el tiempo que sea necesario para volver a enamorarme de mí misma y salir al mundo confiada de que lo mejor siempre está por venir...
Eso sí que será una cuestión de actitud...

4 de abril de 2012

More than words...

A veces pienso que nos da tanto miedo entregarnos, y que por eso sólo podemos hacerlo parcialmente. 
Es el intento de protección contra los dos grandes monstruos: el rechazo y el abandono.
Sin embargo, hay que aprender a vivir el error como posibilidad de enriquecimiento y aceptar que hay pérdidas que no se compensarán en las próximas parejas. 
Abrirse al amor es abrirse a lo nuevo...
Toda relación íntima en la que podamos abrirnos y lograr encuentro y entrega, pertenece a las cosas más gratificantes que podamos vivenciar: buscamos en ella contacto, amor, intimidad porque son estas las situaciones que más nos enriquecen, las que nos hacen sentir vivos, las que nos llenan de fuerza y de ganas...
La paradoja empieza cuando nos damos cuenta de que al mismo tiempo son justamente estas relaciones las que nos provocan mayor sufrimiento y mayor dolor. 
Cuando nos abrimos a la intimidad, al amor, al encuentro, nos exponemos también a sufrir y a sentir dolor...
La fuerza que naturalmente nos empuja a dejarnos llevar por nuestras emociones y a generar el encuentro se enfrenta con la natural tendencia de cuidarnos para no sufrir, porque intuimos con certeza, que si nos abrimos a una persona esto le concederá la posibilidad de herirnos...
Amor e intimidad solo pueden darse cuando nos abrimos presentes a alguien.
Pero esto es imposible si estamos con la armadura puesta, encerrados en nuestro castillo o escondidos en nuestra estructura.
Muchas veces terminamos resolviendo esta paradoja evitando el sufrimiento, impidiéndonos el amor y privándonos del encuentro íntimo. 
En el intento de decir no al dolor decimos no al amor
Y lo que es peor, nos decimos NO a nosotros mismos.
No es fácil llegar al punto de animarnos a mostrarnos, porque si nos abrimos y el otro se cierra el dolor es muy grande...
La propuesta sería explorar
A veces lo simple aporta las mejores soluciones: expresar lo que nuestro corazón nos hace sentir, no lo que la imaginación nos hace pensar...
El amor es algo que va sucediendo.
Para llegar, hay que atravesar los prejuicios que nos impiden el amor. Y uno de ellos es nuestra definición cultural de pareja.
¿Qué es lo que hace que dos personas sean pareja? ¿El proyecto en común?
No sólo eso... son otras cosas. 
Es el gusto de estar juntos. Desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir la mayoría de las cosas con esa persona, y esa es una decisión interna... Ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de manera diferente; un compromiso interno.
Welwood dice que "el amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es..."
El amor se construye entre dos seres enteros encontrándose, no entre dos mitades que se necesitan para sentirse completos...
Y cuando nos convertimos en un ser completo, que no necesitamos de otro para sobrevivir, seguramente encontraremos a alguien completo con quien compartir lo que tengo y lo que el otro tiene.
De hecho, ese es el sentido de la pareja: no la salvación, sino los encuentros.


No me gusta esperar, pero igual espero ese encuentro...
No hay rencor. 
Hay futuro.