Es una fiesta sorpresa que me doy a mí misma...
Y la celebro.
A las heridas amorosas que se curan, que ya no duelen, que se cierran,
hay que tomarlas así: con reverencia.
Sucede un día, después de andar penando
quién sabe cómo y cuánto.
Había quedado lastimada, como fruta que
alguien muerde y de un día para el otro decide no comer.
Como una flor arrancada de su tallo,
como cuentas de un collar desenhebrado.
Y sucedió de improviso –quizá porque
pasó el tiempo, quizá porque soy sabia – que de repente pensé en él, y era... un hombre.
Un hombre a secas, un hombre que ya no me conmueve.
Lo
comprendo con la mente, pero también con el corazón y necesariamente con las
uñas, y las palmas de las manos y las rodillas y la piel del vientre: hay
cicatriz allí donde antes hubo herida.
Capítulo cerrado.
Libro leído.
Lección
aprendida.
Flor en su tallo.
Fruta intacta.
No hay rencor: hay futuro.
Lo mejor, siempre está por venir...
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